Cartel:
Ver ImagenEs una reflexión sobre lo cotidiano desde la perspectiva del payaso. El personaje vive la experiencia de haberse quedado atrapado en el escenario.
Cuando entra en escena no sabe dónde se está metiendo. Es un personaje engañado que entra allí porque le han dicho que ese es el camino y, de pronto, se encuentra frente a un público que le mira y parece exigirle algo. Él no viene a actuar pero se ve obligado a ello. El terror que provocan las miradas de ese público lo lleva a querer escapar, a buscar una salida. Solamente hay una, pero hay “alguien invisible” que le impide escapar y le obliga a permanecer en el escenario, enfrentándose a esos ojos que no se apartan de él.
Durante una hora y media, como un bufón de corte arrojado al salón del trono, se ve obligado a actuar para el público que le observa. Está solo ante el peligro y sus únicos compañeros de travesía serán, a partir de ahora, una serie de objetos cotidianos con los que intenta salir del paso: una guitarra, una silla, una chaqueta, un periódico y una escalera. Con ellos como escudo, juega e improvisa, sufre y se divierte. Los objetos se transforman en sus manos en grandes amigos o en terribles enemigos, porque ha olvidado, o quizá no ha sabido nunca su uso.
Como un niño, se enfrenta por primera vez a los objetos, para nosotros cotidianos, y para él absolutamente misteriosos y sorprendentes. Subir por una escalera o ponerse una chaqueta constituyen para él tareas casi imposibles.
De nuevo nos encontramos ante una metáfora en la que el payaso es cada uno de nosotros y su juego no es sino nuestra vida, estamos obligados a existir y obligados a actuar, no sabemos dónde nos hemos metido y debemos seguir adelante.
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